18/6/10

Homilía de Monseñor Hugo Barrantes Ureña, Arzobispo de San José, Costa Rica, en la Santa Misa de Clausura del Año Sacerdotal

Homilía de Monseñor Hugo Barrantes Ureña,

Arzobispo de San José, Costa Rica, en la

Santa Misa de Clausura del Año Sacerdotal


Viernes 18 de Junio del Año del Señor 2010


HOMILÍA EN LA CLAUSURA AÑO SACERDOTAL


Catedral Metropolitana, 11 Junio 2010.


El Papa Benedicto XVI convocó, oficialmente, un Año Sacerdotal con ocasión del 150 Aniversario de la muerte de Juan María Vianney. Se inició con la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús del 2009 y se clausura hoy, en la misma Solemnidad.


“El Sacerdocio es el Amor del Corazón de Jesús”, repetía con frecuencia el Santo Cura de Ars. Esta definición de San Juan María Vianney está llena de sabiduría evangélica. “Pedro, ¿me amas?... Apacienta mis corderos” (San Juan 23, 15-17). Amar y apacentar, estas admirables palabras del Señor, no son cosas distintas: porque pastorear, cuidar las almas, es algo que se hace con un Amor que significa estar fundido con el Amor de Jesucristo… En todo caso, seremos Curas de almas en la medida en que sepamos pastorear, esto es, amar, con el Amor del propio Jesucristo” (Benedicto XVI).


Las lecturas de la Solemnidad de hoy derraman abundante luz para acercarnos a ese Misterio del Amor incondicional que Dios mantiene y que en el Corazón de Jesús se revela claramente.


I. Lecturas: Dios es Amor.


1. Dios apacienta su rebaño (Ezequiel 34, 11-16).


“Yo mismo en persona buscaré a mis ovejas siguiendo su rastro”. Esta imagen del Pastor, diseminada por el Antiguo Testamento, se la aplica Jeremías a Dios (48, 15) que hace de Él el “Pastor de Israel”. Esta misma imagen la recogen numerosos Salmos. El Salmo 22, que hemos recitado, expresa la realidad de la experiencia vivida por el Pueblo de Dios, que conducido por su Pastor se siente gozoso, libre de toda aflicción. El Señor buscará la oveja perdida: “Buscaré las ovejas perdidas, haré volver a las descarriadas, vendaré a las heridas, curaré a las enfermas; a las gordas y fuertes las guardaré y las apacentaré debidamente”.


La Parábola proclamada en el Evangelio y esta Profecía de Ezequiel son el verdadero Retrato de Dios, valedero para siempre. Por otra parte, Él mismo se presenta así a cada uno de nosotros.


2. 2da. Lectura: La prueba de que es Pastor y de que nos ama (Romanos 5, 5-11).


San Pablo, en su Carta a los Romanos, quiere expresar la realidad de este papel de Pastor, adoptado por Dios. “La prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros”. Anteriormente había afirmado el Apóstol que el Amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado. Esto hace que podamos vivir con serenidad, con seguridad, incluso que podamos gloriarnos del Dios que nos ha amado tanto y nos sigue amando.


3. Evangelio: Somos buscados y encontrados. (San Lucas 15, 3-7)


El Amor de Dios a los hombres se expresa aquí mediante una Parábola conocida y siempre emotiva: la de la oveja perdida, angustiosamente buscada, a la que el Pastor coloca sobre sus hombros al encontrarla y por cuyo hallazgo se celebra una fiesta: “He encontrado la oveja que se me había perdido” (San Lucas 15, 3-7). No puede expresarse mejor el Amor solícito con que Dios nos ama. Acude a la memoria el pasaje del Evangelio de Juan en que Cristo dice: “…la voluntad del Padre que me ha enviado es que no pierda nada de lo que Él me dio” y también: “Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna: no perecerán para siempre y nadie las arrebatará de mi mano” (San Juan 10, 27-28); o “Yo doy mi vida por las ovejas” (San Juan 10, 15). Esta Parábola, sin duda, es una buena expresión de la Misericordia de Dios, que no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y que viva. (cf. Ezequiel 18, 23).


Podemos decir que Dios se especializa en objetos “perdidos”. El Sacerdote, hoy, además de buen pastor, debe ser un excelente pescador.


II. El Cura de Ars.


El secreto del Cura de Ars es que, sintiéndose amado por Dios, habiendo bebido de la fuente de Amor que brota del Corazón de Cristo, abierto por la lanza del soldado, hizo de su vida Sacerdotal una entrega amorosa a Cristo.


En el marco del Año Sacerdotal, la Iglesia ha propuesto el ejemplo de San Juan María Vianney, como un modelo preclaro de Sacerdote entregado para la Salvación de los que Cristo le confió. Sabemos que el secreto de su eficacia apostólica se encontraba en su vida austera, pobre, obediente, y sobre todo, en su inmensa caridad y celo apostólico que le llevaba a considerar pequeño cualquier sacrificio con tal de querer acercar a los demás a Dios.



El Papa Juan Pablo II, en la Carta a los Sacerdotes del año 1986 lo recuerda con estas palabras:


“Cuántas cruces se le presentaron al Cura de Ars en su Ministerio: calumnias de la gente, incomprensiones de un vicario coadjutor o de otros Sacerdotes, contradicciones, una lucha misteriosa contra los poderes del infierno y, a veces, incluso la tentación de la desesperanza en la noche Espiritual del alma. No obstante, no se contentó con aceptar estas pruebas sin quejarse; salía al encuentro de la mortificación imponiéndose ayunos continuos, así como otras rigurosas maneras de “reducir su cuerpo a servidumbre” como dice San Pablo. Más, lo que hay que ver en estas formas de penitencia a las que, por desgracia, nuestro tiempo no está acostumbrado, son sus motivaciones: el Amor a Dios y la conversión de los pecadores. Así interpela a un hermano Sacerdote desanimado: “Ha rezado… ha gemido… pero ¿ha ayunado, ha pasado noches en vela…?. Es la evocación de aquella admonición de Jesús a los Apóstoles: “Esta raza no puede ser lanzada sino por la oración y el ayuno”.


Podría decirse que Juan María Vianney quería, en cierto modo, arrancar a Dios las Gracias de la conversión no sólamente con sus Oraciones, sino también con el sacrificio de toda su vida. Quería amar a Dios por todos aquellos que no le amaban y a la vez, suplir en buena parte las penitencias que ellos no hacían. Era realmente el Pastor siempre solidario con su pueblo pecador.


Amados hermanos, Sacerdotes, no tengamos miedo a este compromiso personal marcado por la ascesis e inspirado por el Amor que Dios nos pide para ejercer dignamente nuestro Sacerdocio. Recordemos la reciente Reflexión de los Padres sinodales: “Nos parece que en las dificultades actuales Dios quiere enseñarnos, la manera más profunda, el valor, la importancia y la centralidad de la Cruz de Jesucristo. En el Sacerdote, Cristo vuelve a vivir su Pasión por las almas. Demos gracias a Dios que de este modo nos permite participar en la Redención con nuestro corazón y con nuestra propia carne”.


III. Momento Difícil.


Este “Año Sacerdotal” coincidió con algunos escándalos, secundados con una campaña mediática que cuestionó la figura del Sacerdote Católico.


La Iglesia es la barca de Pedro, navega en la tormenta, es de origen divino, pero sus miembros somos humanos; esto provoca crisis. Las crisis deben llevarnos a corregir, a pedir perdón, a enmendar. Algunos se valen de las mismas para intentar destruir.



Estar obligado a la veracidad y a la verdad no significa que uno deba decir, siempre, de otro más que cosas buenas. La virtud de la veracidad exige que en determinada circunstancia estemos dispuestos a descubrir fallos de otros, sobre todo cuando el fallo de un individuo daña el bien común. Lo que no está justificado son los juicios globales negativos. Se recogen algunos casos negativos y se infiere de ellos la conducta global de todo un grupo. Es el caso de los dolorosos actos de pederastia entre algunos Sacerdotes. Se ha hecho, injustamente, un juicio global: tales circunstancias se dan exclusivamente en la Iglesia Católica y la causa es el celibato sacerdotal. Dos afirmaciones, dos juicios globales falsos. Esto nos hace pensar en una campaña mediática anticatólica.


Antes de elegir a sus primeros Discípulos, Jesús subió a la montaña a orar toda la noche. Esto significa que Jesús no eligió a Judas para que lo traicionara; lo eligió para que fuera fiel como todos los demás Apóstoles. Pero Judas era libre y permitió que Satanás entrara en él, y se convirtió en un terrible traidor. Olvidó que era una vasija de barro, no escuchó la advertencia de Cristo: “Velad y orad, para que no caigáis en tentación; el espíritu está pronto, pero la carne es débil”. (San Marcos 14, 38).


Los elegidos de Dios podemos traicionarlo. Pero, la Iglesia no se centró en el escándalo de Judas; si hubiera sido así, la Iglesia hubiera estado acabada antes de comenzar a crecer. La Iglesia reconoce que no se juzga algo por aquellos que no lo viven, sino por quienes sí lo viven.


Los once, también hechos de barro, cobraron ánimo y siguieron adelante. Es curioso que los medios casi nunca prestan atención a los buenos “once”; a tantos santos Sacerdotes que vivieron y viven una vida de silenciosa Santidad.


En la Carta a los Católicos de Irlanda sobre los abusos a menores perpetrados por eclesiásticos, el Papa reconoce los “errores” con humildad, y manifiesta, en nombre de la Iglesia, “vergüenza y remordimiento”. El Papa habla de catarsis, transparencia, reparación, renovación.


Hablando de los factores que contribuyen al problema, el Papa enumera entre ellos: “procedimientos inadecuados para determinar la idoneidad de los candidatos al Sacerdocio y a la Vida Religiosa, insuficiente formación humana, moral, intelectual y espiritual en los Seminarios y Noviciados”.


Sin duda, debemos tomar nota de esta advertencia del Papa.


Toda crisis que enfrenta la Iglesia, toda crisis que el mundo enfrenta, es una crisis de Santidad. La Santidad es crucial, porque es el rostro auténtico de la Iglesia. Precisamente uno de los objetivos del Año Sacerdotal, en palabras del Papa Benedicto XVI es: “promover el compromiso de renovación interior de todos los Sacerdotes, para que su testimonio evangélico en el mundo de hoy sea más intenso e incisivo”.


Todos tenemos la vocación de ser Santos, ¡incluyendo los laicos! Esta crisis es una llamada para que despertemos. Estos son tiempos duros para ser Sacerdotes, son tiempos duros para ser Católicos. Sólo se logra nadando contra corriente, yendo contra la moda. Pero también son tiempos magníficos para ser un Sacerdote hoy y tiempos magníficos para ser Católicos hoy.


Ante esta crisis que he mencionado, el Papa en una audacia nacida del Evangelio, ha reconocido sin vacilaciones el mal cometido por Sacerdotes y Religiosos, les ha exhortado a que asuman sus responsabilidades, ha condenado el modo erróneo de gestionar algunos casos por parte de las Autoridades Eclesiásticas, ha expresado todo el descontento que sentía por los hechos y ha tomado las medidas necesarias para evitar que se repitan.


A su vez, el Papa es consciente de que el hecho de cumplir las condenas, o el arrepentimiento y la penitencia de los autores de los abusos nunca serán suficientes para reparar el daño causado a las víctimas y a ellos mismos.


Pero, el Papa mismo abre una puerta a la esperanza, consciente de la dificultad de las víctimas y de los culpables, se atreve a rezar para que, acercándose a Cristo y participando de la vida de la Iglesia, puedan “llegar a redescubrir el infinito Amor de Cristo por cada uno de vosotros”, el Único capaz de sanar sus heridas y de reconstruir su vida. El Amor y la Misericordia, que brotan del Corazón de Cristo, herido por nuestros pecados, no niegan el pecado, pero abren siempre, para nosotros los pecadores, una puerta a la Esperanza y al Perdón.


IV. La Identidad Sacerdotal:


Uno de los objetivos del “Año Sacerdotal” ha sido fortalecer la identidad del Sacerdote. Son iluminadoras las palabras orientadoras del Papa Benedicto XVI (Congreso Teológico, 12-3-2010).


“El tema de la Identidad Sacerdotal, objeto de vuestra primera jornada de estudio, resulta determinante para el ejercicio del Sacerdocio Ministerial en el presente y en el futuro. En una época como la nuestra, tan «policéntrica» y tendente a difuminar todo tipo de concepción identitaria —considerada por muchos contraria a la libertad y a la democracia—, importa tener muy clara la peculiaridad teológica del Ministerio Ordenado para no ceder a la tentación de reducir éste a las categorías culturales dominantes. En un contexto de secularización extendida, que excluye progresivamente a Dios de la esfera pública y, tendencialmente, también de la conciencia social común, a menudo el Sacerdote resulta «extraño» al sentir común precisamente por los aspectos más fundamentales de su Ministerio, como los de ser hombre de lo Sagrado, sustraído al mundo para interceder a favor del mundo, constituido en dicha Misión por Dios y no por los hombres (cf. Hebreos 5, 1). Por este motivo importa superar peligrosos reduccionismos que, durante los últimos decenios, empleando categorías más funcionalistas que ontológicas, han presentado al Sacerdote como una especie de «operador social», amenazando así con traicionar el mismo Sacerdocio de Cristo.


Queridos hermanos Sacerdotes: En el tiempo en que vivimos, importa particularmente que la llamada a participar en el único Sacerdocio de Cristo a través del Ministerio Ordenado, florezca en el «carisma de la profecía». Hay gran necesidad de Sacerdotes que hablen de Dios al mundo y que presenten el mundo a Dios; de hombres no sujetos a efímeras modas culturales, sino capaces de vivir auténticamente esa libertad que sólo la certeza de la pertenencia a Dios puede dar. Como vuestro Congreso ha subrayado con acierto, la profecía más necesaria hoy en día es la de la fidelidad, la cual, arrancando de la Fidelidad de Cristo a la Humanidad, a través de la Iglesia y del Sacerdocio Ministerial, ha de llevar a vivir el propio Sacerdocio en adhesión total a Cristo y a la Iglesia. Y es que el Sacerdote no se pertenece ya a sí mismo, sino que, en virtud del carácter sacramental recibido (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 1563 y 1582), es «propiedad» de Dios. Este su «ser de Otro» debe ser reconocible por todos por medio de un testimonio puro.


En su forma de pensar, de hablar, de enjuiciar los hechos del mundo, de servir y amar, de relacionarse con las personas, incluso en su vestimenta, el Sacerdote debe tomar fuerza profética de su pertenencia sacramental, de su ser profundo. Por consiguiente, debe poner toda atención en sustraerse a la mentalidad dominante, que tiende a asociar el valor del Ministro no a su ser, sino sólo a su función, desestimando así la Obra de Dios, que incide en la identidad profunda de la persona del Sacerdote, configurándolo consigo de manera definitiva (cf. ibíd., n. 1583).


El horizonte de la pertenencia ontológica a Dios constituye, además, el marco adecuado para comprender y reafirmar, también en nuestros días, el valor del sagrado celibato, que en la Iglesia latina es un carisma exigido con vistas al Orden sagrado (cf. Presbyterorum ordinis, n. 16) y es tenido en grandísima consideración en las Iglesias orientales (cf. CCEO, can. 373). Es auténtica profecía del Reino, signo de la consagración con corazón íntegro al Señor y a las «cosas del Señor» (1 Corintios 7, 32), expresión de la entrega de sí a Dios y a los demás (cf. Catecismo de la Iglesia católica, n. 1579).


Es la del Sacerdote, pues, una altísima Vocación que sigue siendo un gran misterio aún para quienes la hemos recibido como don. Nuestras limitaciones y nuestras debilidades han de inducirnos a vivir y a custodiar con profunda Fe semejante don valioso con el que Cristo nos ha configurado consigo, haciéndonos partícipes de su Misión Salvífica. En efecto, la comprensión del Sacerdocio Ministerial está ligada a la Fe y requiere, de manera cada vez más enérgica, una continuidad radical entre la formación recibida en el Seminario y la formación permanente. La vida profética sin transacciones con la que sirvamos a Dios y al mundo, anunciando el Evangelio y celebrando los Sacramentos, favorecerá el advenimiento del Reino de Dios ya presente y el crecimiento del Pueblo de Dios en la Fe.


Amadísimos sacerdotes: Los hombres y las mujeres de nuestro tiempo sólo nos piden que seamos hasta el final Sacerdotes y nada más. Los fieles laicos podrán encontrar en muchas otras personas lo que humanamente necesiten, pero sólo en el Sacerdote hallarán esa Palabra de Dios que debe florecer siempre en su boca (cf. Presbyterorum ordinis, n. 4); la Misericordia del Padre, dispensada abundante y gratuitamente en el Sacramento de la Reconciliación; el Pan de Vida nueva, «verdadero Alimento dado a los hombres» (cf. Himno del Oficio de Lecturas de la Solemnidad del Corpus Christi según el Rito Romano). Roguemos a Dios, por intercesión de la Bienaventurada Virgen María y de San Juan María Vianney, que podamos darle gracias cada día por el don de nuestra Vocación y vivir con fidelidad plena y gozosa nuestro Sacerdocio”.


V. El Sacerdote que queremos


El Jueves Santo del 2001 los Obispos de Costa Rica dirigimos un Mensaje a nuestros Sacerdotes con el título: El sacerdote que queremos. Hoy hago mías las primeras palabras que fueron de gratitud. “Nuestra primera palabra es de gratitud por el esfuerzo enorme que ustedes realizan en la obra de Evangelización de nuestros pueblos… Este Mensaje… es en verdad, una palabra de aliento y estímulo en la tarea que realizan con tanta dedicación y además tengan la certeza de que estamos apoyándolos con nuestra Plegaria y con nuestra solicitud pastoral”.


Quiero pedirles que, en diversos momentos tomemos en nuestras manos ese Mensaje, EL SACERDOTE QUE QUEREMOS, y lo hagamos objeto de nuestra reflexión y meditación. Los frutos serán abundantes.


1. La Caridad Pastoral, es el elemento que da unidad y sentido a toda nuestra actividad, entrega y acción pastoral. Así expresaba esta verdad el Papa Juan Pablo II: “El principio interior, la virtud que anima y guía la vida espiritual del Presbítero en cuanto configurado con Cristo Cabeza y Pastor, es la Caridad Pastoral, participación de la misma Caridad Pastoral de Jesucristo… Esta misma Caridad Pastoral constituye el principio interior y dinámico, capaz de unificar las múltiples y diversas actividades del Sacerdote” (P.D.V. 23).


El Ministerio Sacerdotal es un “Oficio de Amor”, según la conocida frase de San Agustín. “El Sacerdocio es el Amor del Corazón de Jesús” solía repetir el Santo Cura de Ars. Esta expresión no es una metáfora; participamos, por Gracia, del Amor de Cristo, nuestro Modelo es Cristo, en nuestro Ministerio debemos transparentar los Sentimientos y Actitudes de Cristo Buen Pastor. En las lecturas de esta Solemnidad hemos oído que el Buen Pastor da la vida por las ovejas, se preocupa por la oveja perdida, hoy diríamos por “los alejados”, conoce cada oveja porque es cercano a ellas.


El Sacerdote debe tener entrañas de Amor y Misericordia. El Sacerdote se sabe amado y por eso ama. “La puerta está abierta, pero más el corazón”, escribió un Párroco en la puerta de su oficina.



Se hace la siguiente comparación. El río Jordán, en su curso, forma dos mares: el mar de Galilea y el mar Muerto. El primero rebosa de vida y de peces; el segundo es literalmente un mar Muerto. ¿La razón? El mar de Galilea recibe las aguas del Jordán, pero no las retiene sólo para sí, sino que las deja fluir: deja que el río vuelva a seguir su curso para regar todo el valle. El mar Muerto no tiene desaguaderos, se guarda para sí las aguas del río y está muerto. A nosotros, Sacerdotes, nos toca elegir si queremos ser, en la vida, un mar de Galilea o un mar Muerto. En otras palabras; si amamos y nos damos a los demás o nos encerramos en nuestro egoísmo.


2. Pero, ¿cómo alimentar la Caridad Pastoral? Con la Oración.


San Alfonso María de Ligorio afirma que: “lo que une y estrecha el alma con Dios es el Amor; pero el horno en que este Amor divino se inflama es la Oración o Meditación.


A este respecto enseña el Cura de Ars: “La Oración es la mejor arma que tenemos: es la llave que abre el corazón del Buen Dios. Debemos hablarle a Jesús, no sólo con los labios, sino con el corazón. Si mucho ayuda al Sacerdote hacer el bien, más ayuda su vida de Oración, fuente de un maravilloso apostolado”.


“El mejor regalo para un Sacerdote es la Oración, y el mejor regalo de un Sacerdote es la Oración”.


El Papa Benedicto XVI nos confirma esto diciendo:


“Debemos convencernos de que los momentos de Oración son los más importantes en la vida del Sacerdote, los momentos en que actúa con más eficacia la Gracia divina, dando fecundidad a su Ministerio. Orar es el primer servicio que es preciso prestar a la comunidad. Por eso, los momentos de Oración deben tener una verdadera prioridad en nuestra vida”.


VI. Agradecimiento.


Es de bien nacidos ser agradecidos. Quiero expresar mis más sentidas palabras para agradecer a la Vicaría Episcopal para la Vida del Clero, guiada por el Padre Eliécer Figueroa Quesada, por el extraordinario trabajo realizado durante este Año Sacerdotal.


El elenco o memoria de actividades que me entregó el Padre Eliécer supera lo que, en un primer momento, habíamos esperado.


El Eco Católico y Radio Fides programaron actividades de un gran impacto en los fieles. Los miembros de la Vida Consagrada y la Pastoral Juvenil hicieron Horas Santas en la Catedral Metropolitana. Las actividades que asumieron algunas Vicarías Foráneas y Parroquias motivaron fuertemente al Pueblo de Dios. Hoy un numeroso grupo de Catequistas nos acompañan junto a otros fieles. Nos consuela y llena de fortaleza ese sinnúmero de Oraciones, por los Sacerdotes, que han llegado hasta el Trono de Dios. Es necesario que sigan fluyendo esas Plegarias.


Es mucho el esfuerzo y abundante la semilla que se ha depositado en el surco abierto, en la Arquidiócesis, durante el Año Sacerdotal. Oremos los unos por los otros; demos gracias a Cristo que nos ha elegido, llamado y consagrado para que, siguiendo los pasos de Jesús el Buen Pastor, cada día sean más abundantes los frutos de Santidad de nuestro Presbiterio.


San Juan María Vianney, ruega por nosotros.

San José, ruega por nosotros.

Nuestra Señora de los Ángeles, ruega por nosotros.

Sagrado Corazón de Jesús, en Vos confiamos.


Fuente:

http://www.arquisanjose.org/ver2/index.php?sec=informativo.php&sec3=&id=1598


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