«La tragedia de Japón llama al Amor y a la
Esperanza»: Editorial bellísimo de Eclessia
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Miércoles 16 de Marzo del 2011, Año Santo Jubilar Mariano
La tragedia de Japón llama al Amor
y a la Esperanza - Editorial Ecclesia
Escrito por Ecclesia Digital
Martes, 15 de Marzo de 2011
«Este triste acontecimiento nos recuerda que la Vida está en Manos de Dios y que es un Don de Dios. Además será un desafío para todos nosotros poner en práctica y dar testimonio del Mandamiento del Amor y de la Caridad fraterna, en este tiempo de Cuaresma». Con estas palabras respondía el Obispo de Saitama, una de las Diócesis Japonesas más afectadas por el terremoto y posterior maremoto, a preguntas de los Medios sobre qué piensa y qué puede hacer la Iglesia ante la inmensa tragedia del 11 de Marzo de 2011 en Japón.
El Cristianismo es Religión muy minoritaria en el Archipiélago del Sol Naciente con tan sólo dos millones de fieles entre Católicos y Protestantes en medio de un país de casi 130 millones de habitantes. Con todo, también a los Cristianos, también a nuestra Iglesia Católica, conciernen e interpelan los apocalípticos sucesos del pasado fin de semana. Y también, como respondió el Obispo de Saitama, esta desgracia de magnitudes todavía por cuantificar, es un desafío para nosotros.
Desde la primera hora del intensísimo terremoto y posterior y letal maremoto, Benedicto XVI hizo llegar a la nación Nipona toda su cercanía, afecto, Oración y solidaridad. Lo hizo primero, el mismo Viernes día 11, mediante un Telegrama a la Conferencia Episcopal Japonesa, y el Domingo, en el Rezo de Ángelus, dedicó unas conmovidas palabras al efecto. Numerosos Episcopados –como la CEE– e Instituciones Eclesiales –como Cáritas– se aprestaron también desde el primer momento para expresar su solidaridad y Oración y para manifestar su disponibilidad a la hora de paliar los efectos de la tragedia. Y es que esta cercanía Eclesial no es sino expresión –como señaló el Papa– de que el Señor está muy cerca de los damnificados y de la entera población Japonesa.
Japón es el tercer país más poderoso económicamente de la Tierra y el segundo más avanzado en Tecnología y Ciencia. Cuando en la mañana del Viernes 11 de Marzo comenzaron a llegar las noticias de la catástrofe, todos pensamos que su poderío y su experiencia en sucesos similares podrían amortiguar los efectos del terremoto y del maremoto. Y no cabe duda de que de haber sido en otro lugar del Pacífico Sur, el terremoto y el tsunami habrían dejado un rastro todavía más desolador y dantesco.
Con todo, las preguntas, el dolor y el horror se agolpan en las mentes y en los corazones de todos. ¿Cómo es posible un desastre de tal magnitud?, ¿qué podemos hacer para prevenir episodios de esta naturaleza?, ¿cómo transmitir un mensaje de Esperanza en medio de tanta destrucción?, ¿dónde está Dios en medio de tanto mal ocasionado por una naturaleza desbordada en tal proporción?, ¿no está la naturaleza especial y letalmente desatada e iracunda en los últimos años como nos demuestran los terremotos de 2010 en Haití y en Chile, las inundaciones de Pakistán, el Katrina en 2005, el terrible tsunami de las Navidades de 2004 en el Sudeste Asiático, ahora Japón…?, son algunos de los interrogantes que a todos nos cuestionan e inquietan.
Es la sempiterna cuestión de la existencia del problema y misterio del mal. Un misterio que solo encuentra Luz en el Misterio del Amor más grande que es el la Cruz Redentora de Jesucristo, en la que están –siquiera ya en prenda– también redimidos los sufrimientos de la entera humanidad gimiente. Un Misterio de Amor que nos llama a confiar en la Providencia y a creer y trabajar por la Vida Eterna, ya definitivamente feliz.
Un Misterio, sí, que los Cristianos hemos de certificar con hechos concretos de Amor y de efectiva Caridad y con testimonios creíbles de Esperanza. No hemos sido creados para la destrucción y la muerte porque el Amor que todo lo ha creado es más fuerte que la destrucción y la muerte, que las inmensas y desoladoras olas del mar embravecido y que los rugidos y temblores de una tierra crujiente e insegura. Ni Dios ni la naturaleza son los enemigos del hombre. Y es que sólo desde el Dios que nos ama infinitamente y que nos llama y nos nutre para la verdadera solidaridad y para la correcta administración de la naturaleza podremos encontrar, aún en medio del desgarro más dolorido y desde las preguntas sin cesar y sin respuestas, la Fuerza para la reconstrucción y las razones para la verdadera Esperanza que nunca defrauda.
Fuentes:
http://revistaecclesia.com/images/stories/cultura/editorialecclesia.jpg