Homilía de Mons. Hugo Barrantes Ureña,
Arzobispo de San José, Costa Rica,
en el Día del Trabajador (1º/5/2010)
Martes 4 de Mayo del 2010, Año Sacerdotal
HOMILÍA DÍA DEL TRABAJADOR 2010
Monseñor Hugo Barrantes Ureña
Muy queridos hermanos y hermanas:
Cada 1° de Mayo, a propósito del Día Internacional del Trabajador, la Iglesia, consciente de que el ser humano es su “camino primero y fundamental”, hace de esta fecha, un momento privilegiado para reafirmar —a la luz del Evangelio y de su Doctrina Social— la dignidad y los derechos de las y los trabajadores y contribuir a orientar los cambios necesarios para que se garantice el auténtico progreso, de cada persona y de toda la sociedad.
En este Día especial, se nos presenta el ejemplo iluminador de San José, cuyo testimonio de generosa dedicación, es propuesto como modelo ejemplar para todos los trabajadores del mundo. El servicio y la abnegación de este Carpintero, nos impulsan a retomar renovada conciencia de la dignidad y la nobleza del trabajo, por muy diverso que éste sea.
A nivel nacional, esta Celebración se reviste de una particular importancia pues, hoy mismo, se realiza la instalación de la Asamblea Legislativa de Costa Rica. Desde el Congreso, las Diputadas y los Diputados electos por el Pueblo, hacen efectivo su compromiso moral con Dios y con la Patria, de observar y defender fielmente nuestra Constitución y las Leyes. Serán ellos quienes, desde el Primer Poder de la República, asumirán la responsabilidad política y social de proteger y garantizar una legislación que promueva condiciones dignas y satisfactorias para la clase trabajadora.
Igualmente, el próximo 8 de Mayo, los Costarricenses escribiremos un capítulo más de nuestra larga historia democrática al asumir Doña Laura Chinchilla, el mando del nuevo Gobierno. Por primera vez, en Costa Rica, las riendas de la Patria estarán en manos femeninas. Esta simple referencia, nos lleva a esperar rumbos nuevos en la dirección de nuestro país. Por doña Laura y por todas la mujeres que luchan para que se reconozca y se respete, plenamente, su dignidad y su papel en la sociedad, retomo con especial entusiasmo las palabras del Papa Juan Pablo II: “Te doy gracias, mujer-trabajadora, que participas en todos los ámbitos de la vida social, económica, cultural, artística y política, mediante la indispensable aportación que das a la elaboración de una cultura capaz de conciliar razón y sentimiento, a una concepción de la vida siempre abierta al sentido del «misterio», a la edificación de estructuras económicas y políticas más ricas de humanidad”.
Ante el nuevo horizonte que se nos presenta, no podemos sino pedir al Señor que otorgue a nuestros Gobernantes, como al joven Salomón, humildad, prudencia y amplitud de corazón, para llevar adelante la tarea que el Pueblo les ha encomendado.
La Sabiduría, tal y como hemos escuchado, no es un pensamiento abstracto. Es la actitud interior que nos dispone a la escucha atenta y a la justa comprensión de la vida humana.
Quien ama la Sabiduría, discierne entre el bien y el mal, respeta los auténticos valores y busca siempre la verdad. Su acción se encamina a poner de relieve las raíces del mal, dando a las estructuras sociales, políticas y económicas, una configuración más justa y solidaria que reivindique y consolide una vida digna para todos, particularmente, para aquellos sectores excluidos y marginados.
La Escritura nos enseña que la Sabiduría camina por el sendero de la justicia, en medio de las sendas de la equidad. Por eso, un orden justo en la sociedad, es expresión de decisiones y acciones que encarnen: “una voluntad constante e inalterable de dar a cada uno lo suyo”.
Sobre este presupuesto consolidamos relaciones auténticamente humanas, de amistad, de sociabilidad y de solidaridad. En contraste, la injusticia social, también presente en nuestra realidad nacional, reclama una radical renovación personal y social capaz de asegurar justicia y paz.
Como lo advierte Nuestro Señor: "Un reino donde hay luchas internas va a la ruina y sus casas caen una sobre otra”. Por eso, a la luz de la Palabra proclamada, hacemos un llamado a la unidad nacional de forma que, con confianza recíproca, todos contribuyamos a la Costa Rica que anhelamos.
Jesús, lejos de señalar diferencias entre los seres humanos, nos convoca a formar una sóla familia. Así, al pedir al Padre por nosotros, manifiesta, antes que nada, el deseo ferviente de la unidad: “No ruego sólo por éstos, sino también por aquellos que, por medio de su palabra, creerán en mí, para que todos sean uno. Como tú, Padre, en Mí y yo en Ti, que ellos también sean uno en Nosotros”.
En Cristo, hemos sido llamados a la reconciliación, a sanar las profundas divisiones que existen entre los seres humanos, a derrumbar los muros de la incomprensión y la indiferencia que el mismo Dios derribó.
"La creación del hombre por Dios a su imagen confiere a toda persona humana una dignidad eminente; supone además la igualdad fundamental de todos los seres humanos”.
El mensaje de Cristo no mira, sólamente, a una fraternidad espiritual. Presupone y pone en marcha comportamientos concretos, muy importantes en todas las áreas de la vida: "Amor a Dios y Amor al prójimo se funden entre sí: en el más humilde encontramos a Jesús mismo y en Jesús encontramos a Dios”. Esta Verdad debe iluminar, también, la vida pública, cultural, económica y política.
Los Cristianos vemos en el Amor el camino para persuadir a hombres y pueblos a vivir en la unidad, en la fraternidad y en la paz; ningún argumento podrá superar al Amor que nos hace amar el bien común y nos lleva a buscar, efectivamente, el bien de todas las personas, consideradas no sólo individualmente, sino también en la dimensión social que las une. «Ser persona a imagen y semejanza de Dios comporta... existir en relación al otro “yo”».
En Cristo tenemos un nuevo paradigma de relación entre los seres humanos que nos lleva a buscar un cambio de mentalidad y de costumbres, a fin de consolidar mejores condiciones de vida y de trabajo digno para los hombres y mujeres que habitan esta Nación.
Debemos superar la ética individualista para entendernos en permanente interdependencia. No podemos hablar de programas de desarrollo serios, si ignoramos a los menos favorecidos. No podemos hablar de promoción humana en nuestro país si las políticas sociales, subordinadas a las políticas económicas, se definen casi como asistencialismo dirigido a los sectores de mayor exclusión.
Hace falta una visión solidaria que abra espacios a las personas en la sociedad en general, y en la actividad laboral, en particular, para que, en estos ámbitos de vida fundamentales, todos puedan moverse con la conciencia y la responsabilidad de actuar como personas.
“Los Cristianos como discípulos y misioneros estamos llamados a contemplar en los rostros sufrientes de nuestros hermanos, el Rostro de Cristo que nos llama a servirlo en ellos: Los rostros sufrientes de los pobres son rostros sufrientes de Cristo”.
En Costa Rica, son muchos los desafíos pendientes en materia de promoción humana. Nuestra paz social, en buena medida, depende de la generación de condiciones que estimulen la movilidad social ascendente, particularmente, garantizadas desde la fuerza laboral: “El trabajo tiene una característica propia que, antes que nada une a los hombres, y en esto consiste su fuerza social: la fuerza de construir la comunidad”.
Ante el reto de la creciente pobreza, en virtud del establecimiento del orden social y de solidaridad en nuestro pueblo, es imprescindible impulsar nuevos esfuerzos para promover el trabajo decente.
La fuerza del trabajo es muy grande y debe ser un factor fundamental para construir un país que aspire a un desarrollo auténtico e integral, en el que las principales cuestiones sociales, sean planteadas, no sólo desde el punto de vista económico y estadístico, sino según los principios de justicia y equidad.
Por otra parte, “la dignidad de la persona y las exigencias de la justicia requieren, sobre todo hoy, que las opciones económicas no hagan aumentar de manera excesiva y moralmente inaceptable las desigualdades y que se siga buscando como prioridad el objetivo del acceso al trabajo por parte de todos”. En el caso contrario, el aumento de la brecha, vinculada a discriminaciones individuales y sociales entre los Costarricenses, irá siempre en detrimento de la cohesión social y pone en peligro la estabilidad democrática…
Ya que al Estado compete el deber de promover políticas que favorezcan la creación de oportunidades de empleo para los ciudadanos, alentamos a los nuevos jerarcas del Ministerio de Trabajo, encabezados, también, por una mujer, a originar una estrategia para la producción de oportunidades de trabajo decente, que haga superar los sentimientos de derrotismo, pasividad y desesperanza en buena parte de la población.
Sin duda, la situación persistente del trabajo informal o la desocupación misma, como signo de la actual crisis económica, debe ser analizada como una «verdadera calamidad social» pues este hecho “se convierte en problema particularmente doloroso, cuando los afectados son principalmente los jóvenes, quienes, después de haberse preparado mediante una adecuada formación cultural, técnica y profesional, no logran encontrar un puesto de trabajo y ven así frustradas, con pena, su sincera voluntad de trabajar y su disponibilidad a asumir la propia responsabilidad para el desarrollo económico y social de la comunidad.”
Y ya que, en todos los ámbitos, la Iglesia defiende a la familia como columna vertebral de la sociedad, ésta debe, igualmente, ser considerada como un tema-eje desde el cual se analice la situación laboral: “La familia está en el centro de todos estos problemas y cometidos: relegarla a un papel subalterno y secundario, excluyéndola del lugar que le compete en la sociedad, significa causar un grave daño al auténtico crecimiento de todo el cuerpo social.”
En Costa Rica la familia es la institución social más importante; se le reconocen derechos y se impone obligaciones al Estado para beneficio de ésta.
El trabajo es «el fundamento sobre el que se forma la vida familiar, la cual es un derecho natural y una vocación del hombre». Si bien el trabajo es un derecho de toda persona, éste alcanza una significación especial en la familia pues vida familiar y trabajo, en efecto, se condicionan recíprocamente de diversas maneras.
Por eso, recordamos al Estado su obligación de velar por condiciones de trabajo que tomen en cuenta a la familia, un salario suficiente para atender las necesidades de sus miembros, de forma tal que se garanticen los medios de subsistencia, las posibilidades de seguridad social y el proceso educativo de los hijos.
Si bien reconocemos en el futuro proyecto de “Red nacional de cuido” una solución a la situación de miles de niños y ancianos que necesitan cuidados mientras otros miembros de la familia trabajan, es necesario que las empresas, las organizaciones profesionales, las organizaciones de trabajadores y el Estado se hagan promotores de verdaderas políticas laborales que no perjudiquen, sino favorezcan el núcleo familiar desde el punto de vista ocupacional.
Teniendo a la familia como telón de fondo, hacemos un especial llamado para que se promueva un reconocimiento real de los derechos de la mujer en el trabajo, sobre todo en los temas del salario, la seguridad y la previsión social.
En este día, además de extender mi sincera felicitación, reconocimiento y homenaje a los hombres y mujeres que hacen grande a este país, respondiendo con generosidad a la propia vocación y luchando por una vida digna para sí mismos, sus familias y la sociedad; exhorto nuevamente, a todos los Costarricenses a fomentar la solidaridad y la unidad de nuestro pueblo, haciendo de Costa Rica una sóla familia construida sobre la base de los valores fundamentales de la justicia y la paz.
Como Pastor de la Iglesia, abogada de la justicia y de los pobres, casa y escuela de comunión, reafirmo nuestro compromiso de anunciar, animar y colaborar en la construcción de una sociedad sin exclusiones, en la que se respete, firmemente, el derecho al trabajo y a la libertad de asociación de los trabajadores.
Reconozco y aliento la tarea realizada por los sindicatos, el solidarismo, cooperativismo y demás formas de organización social por defender los intereses vitales de los trabajadores, especialmente, en la tutela de sus justos derechos. Estas instancias son un factor constructivo de orden social y de solidaridad y, por ello, un elemento indispensable de la vida social.
Por eso, en estos momentos les invito a recordar su fin específico al servicio del bien común, asumiendo una función de colaboración con el resto de los sujetos sociales e interesarse en la gestión de la cosa pública. Como organizaciones, tienen el deber de influir en el poder público, en orden a sensibilizarlo debidamente sobre los problemas laborales y a comprometerlo a favorecer la realización de los derechos de los trabajadores.
Bajo la Protección de San José Obrero y María, Madre de Jesucristo y Madre nuestra, encomiendo a nuestras familias, especialmente a aquellas que se encuentran en crisis por problemas laborales y les falta lo necesario para la supervivencia.
Finalmente, Padre, ruego por todos los agentes de pastoral social, hombres y mujeres que han escuchado el llamado de Jesucristo a través de su Palabra y de los rostros sufrientes de los hermanos y hermanas, que claman justicia, solidaridad y Amor; para que ellos, animados por una nueva conciencia de la acción eclesial, luchen con inteligencia, coherencia y justicia por la promoción social.
“Padre, que todos sean uno.”
Fuente:
http://www.arquisanjose.org/ver2/index.php?sec=informativo.php&sec3=&id=1593