para continuar en la tierra
la obra divina de salvar a las almas
protege a tus sacerdotes
(especialmente a: ..........................................)
en el refugio de tu SAGRADO CORAZÓN.
Guarda sin mancha sus MANOS CONSAGRADAS,
que a diario tocan tu SAGRADO CUERPO,
y conserva puros sus labios teñidos
con tu PRECIOSA SANGRE.
Haz que se preserven puros sus Corazones,
marcados con el sello sublime del SACERDOCIO,
y no permitas que el espíritu del mundo los contamine.
Aumenta el número de tus Apóstoles,
y que tu Santo Amor los proteja de todo peligro.
Bendice sus trabajos y fatigas,
y que como fruto de su apostolado
obtengan la salvación de muchas almas
que sean su consuelo aquí en la tierra
Dios Omnipotente, que Tu Gracia nos ayude para que nosotros, que hemos recibido el ministerio sacerdotal, podamos servirte de modo digno y devoto, con toda pureza y buena conciencia. Y si no logramos vivir la vida con mucha inocencia, concédenos en todo caso de llorar dignamente el mal que hemos cometido, y de servirte fervorosamente en todo con espíritu de humildad y con el propósito de buena voluntad. Por Cristo, nuestro Señor. Amén.
“[...] la conciencia de la Iglesia como «comunión» ayudará al candidato al Sacerdocio a realizar una pastoral comunitaria, en colaboración cordial con los diversos agentes eclesiales: sacerdotes y obispo, sacerdotes diocesanos y religiosos, sacerdotes y laicos. Pero esta colaboración supone el conocimiento y la estima de los diversos dones y carismas, de las diversas vocaciones y responsabilidades que el Espíritu ofrece y confía a los miembros del Cuerpo de Cristo; requiere un sentido vivo y preciso de la propia identidad y de la de las demás personas en la Iglesia; exige mutua confianza, paciencia, dulzura, capacidad de comprensión y de espera; se basa sobre todo en un Amor a la Iglesia más grande que el Amor a sí mismos y a las agrupaciones a las cuales se pertenece”.Juan Pablo II
En nombre de los Obispos integrantes de la Presidencia de la Conferencia Episcopal Venezolana, Mons. Baltazar Porras C. Arzobispo de Mérida y 1er Vicepresidente, Mons. Roberto Lückert L., 2º Vicepresidente, Jesús González de Zárate, Secretario General, en el mío propio, y en nombre también del Sr. Cardenal Jorge Urosa Savino, Arzobispo de Caracas e interpretando el sentir de todos y cada uno de los Obispos de Venezuela, tengo el honor de dirigirme a Vuestra Santidad para expresarle nuestro más afectuoso saludo pascual.
Queremos especialmente manifestar a Vuestra Santidad la más cálida cercanía, apoyo y respaldo del Episcopado Venezolano en momentos en que enfrenta injustificados ataques en diversas partes del mundo, acusándolo falsamente de una actitud complaciente con respecto a lamentables y bochornosos casos de graves transgresiones morales por parte de algunos sacerdotes en años pasados.
Beatísimo Padre: sabemos de su integridad, de su Amor a la verdad y a la santidad de la Iglesia, y de sus labores para preservar la integridad de las costumbres y la moral, tanto en su ministerio pastoral como Arzobispo de Munich primero, como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe luego, y ahora como Pastor Universal de nuestra Santa Iglesia Católica.
Reconocemos que Su Santidad ha sabido expresar con su ejemplo personal y su ministerio apostólico, el testimonio de la Iglesia por la verdad y el bien común ante una cultura secularista que pretende descalificarla y acallarla.
Manifestamos nuestro rechazo a esos ataques, y con gusto y fervor oramos por Vuestra Santidad para que el Señor lo fortalezca y consuele en estos momentos. Que Cristo Resucitado le conceda la luz y la fuerza para continuar guiando la Santa Iglesia por los senderos de la verdad y la santidad.
Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) - Cuando entremos en el Cielo y estemos en la Presencia de Dios, contemplándolo “Cara a cara”, veremos también el Rostro de la Virgen y es hermoso imaginar qué sucederá cuando nos encontremos con Aquella a la que desde la tierra hemos invocado tantas veces: “Dios te salve, María… El Señor está contigo… Madre de Dios, ruega por nosotros… ahora y en la hora de nuestra muerte”. ¿ Qué sucederá en ese momento ?
¿ A quién veremos en su Rostro, a quien reconoceremos en su Mirada ? ¿ Quizás alguien extraño a nosotros, sólo en aquel momento conocido ? O bien, ¿ no reencontraremos precisamente en Ella tantos rostros y miradas marcados por la bondad materna, que nos han acompañado en la tierra ? ¿ No volveremos a ver resplandecer el rostro de nuestra madre terrena en el Rostro de la Madre de todas las madres ? Aquel rostro que nos ha sido más familiar, el primero que como neonatos hemos contemplado sorprendidos.
Qué hermoso será entonces descubrir que el Rostro de María nos ha estado siempre cercano, que nunca nos ha sido extraño; estaba tan cerca de nosotros que, aquel Rostro suyo que contemplaremos en la Gloria, tantas, tantísimas veces, lo hemos visto reflejado aquí abajo, sin saberlo, en los maravillosos rostros maternos que la Providencia, como en un divino bordado, ha ordenado armoniosamente en nuestro camino.
Todos estos rostros de “madre”, de “hermana”, de “amiga” tenían una luz particular en sus ojos que, pequeños o grandes, resplandecían ante nosotros, como infundiéndonos valor en la hora de la prueba, dándonos esperanza y alivio en el sufrimiento, levantándonos por encima de nuestros egoísmos con su ejemplo generoso y desinteresado.
Aquellos ojos han quedado impresos en nosotros, así como queda agradablemente impreso un dulce recuerdo, una palabra conmovedora, un gesto cargado de bondad… aunque estábamos distraídos por las mil cosas de la vida y no nos dábamos cuenta, en realidad todo nos hablaba misteriosamente de Ella, del Misterio de su Maternidad universal, que llega a todo creyente que se abre al Hijo suyo Jesús, y encuentra, por ello, también a Ella, la Madre de todas las madres.
En el Cielo, cuando entremos un día, contemplaremos también los innumerables otros rostros beatos que están en compañía de Dios y veremos que están marcados por la misma Bondad, por el mismo único Amor que procede de Dios Trinidad y se difunde sobre cada uno a través del Verbo Encarnado y Glorificado.
Jesús es la fuente de nuestras Gracias y de nuestra Bienaventuranza Celeste y su Madre, como Reina, está cerca de Él para introducirnos en tal Misterio y continuar acompañándonos, también allá arriba, al descubrimiento y alabanza perenne de la Infinita Misericordia Divina.
Qué Misterio de Gloria será contemplar su Maternidad Espiritual, que nace de su Maternidad Divina: Madre del Verbo encarnado y por eso Madre de los redimidos. Una Maternidad Espiritual que, por el inescrutable Designio de Dios, es tan eficaz desde los primeros instantes de nuestra vida, que vela sobre nosotros en todo momento y se esconde tras el corazón de toda persona marcada por tal Bondad Mariana, particular manifestación de la Bondad Materna de Dios. Así aquella primera palabra que aprendimos a decir aquí, “Mamá”, en el Cielo la repetiremos, en la más plena verdad, mirando el Rostro de María. (Agencia Fides 28/6/2006 Líneas: 42 Palabras: 564)
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